Tercer capítulo de la colaboración con Subterritorios.net de Carlos Pita.
Saludos,
Carlos
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De
nuevo una nueva página de Malika.
Ha
sido empezar a publicarlas en tu blog
y poco a poco me han ido enredando. Tengo mis dudas si no debería dejar
de obsesionarme con estas páginas
de Malika. Tal vez sea la fuerza de las palabras encerradas en ese amasijo de
folios y cuartillas, que guarda la carpeta, la que me arrastra.
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Creo
que ya te lo había dicho, Don Xabier me la envió apenas unos meses antes de
morir. Me dolió su muerte. Me duele. Y me dolió no poder ir a su entierro. Falleció
cuando yo me encontraba con Albert Faus en Burkina Fasso. Albert está
construyendo por allí y me fui a
verlo y a echarle una mano en levantar la fábrica de piedra de una biblioteca en Kougoudou. Allí va todo
mucho más lento y la noticia del fallecimiento de Don Xabier no la recibí hasta
mi vuelta a casa.
Cuando
me enteré inmediatamente pensé en “ a sua festa do viño” (su fiesta del vino.
Disculpa pero la mayoría de las veces pienso a Don Xabier en gallego y me
cuesta expresarlo en español. Cosas del bilingüismo. Una de sus riquezas).
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Te
parecerá contradictorio y puede que hasta alguien encuentre improcedente que
pensase en su fiesta nada más saber de su muerte, pero para mi Don Xabier
significa la dicha de vivir.
El
día de “a sua festa do viño” comenzaba con las alboradas que los rapaces y
rapazas de la aldea venían a cantar al pie de la balconada del dormitorio ”do
Señor do Pazo”. Probablemente fueron las únicas veces que vi a Don Xabier a la
luz del sol. Como recordarás, él vivía de noche; de hecho llevaba mal que en
verano el sol se pusiese tan tarde (en el estío , en Galicia con eso de llevar
el mismo uso horario que Barcelona el sol se pone casi rozando la medianoche.
Piensa que en Portugal es una hora menos).
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La
alborada comenzaba y Don Xabier,
ataviado con su capa española, salía al balcón a escuchar los cantos y
disfrutar de los bailes que la aldea entera, ya que poco a poco se iban sumando todos y cada uno de los
vecinos, le brindaban en su honor.
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En
un momento dado, cuando el baile era más animado, Don Xabier desaparecía de la
balconada, donde, sin que fuésemos muy conscientes como, solo quedaba el pendón
familiar colgado sobre la balaustrada de hierro forjado. En Bali existía la
costumbre, no sé si continúa, de que cuando alguien no puede acudir a algún
festejo envía su cuchillo ceremonial en representación. El cuchillo significa
su presencia, nunca su ausencia. El pendón era el cuchillo de Don Xabier.
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El
aparecía, de improviso, ante la puerta de la bodega secundado por Malika y
Antonio, que ese día lucían vestidos de fiesta, y se hacía el silencio. Un
silencio infinito que duraba apenas unos segundos. Entonces, con su brazo
derecho en alto, enarbolando su bastón
de madera de boj y empuñadura de plata golpeaba siete veces la enormes puertas
pintadas de añil.
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tum,
tum, tum, tum, tum, tum, TUM!!!
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Y
estas se abrían para que todos los asistentes pudiésemos empezar a disfrutar
del primer vino del año. Se bebía
su vino nuevo y el agua de su fuente; se resistía a la cerveza y a los refrescos, ”pero es
que les encantan a los rapaces” decía con cara feliz de viejo gruñón. Las
empanadas de todos los sabores, el pulpo , las xoubas ,la carne asada se
distribuían ordenada y generosamente, luego, a su tiempo, llegaban los dulces,
los brazos de gitano, las tartas, el queso y el membrillo. Corrían los orujos y
el Johnny Walker. Las gaitas, los acordeones, los violines, las guitarras, los
cantos… nunca dejaban de sonar. La fiesta duraba hasta al amanecer. Unos
bailaban, otros conversaban , algunos dormitaban y los mozos y las mozas, al llegar la noche, desaparecían entre los castiñeiros y carballos de la
fraga, del bosque, que se extiende a poniente del Pazo. El tiempo se paladeaba
sosegadamente, nada ni nadie alteraba el goteo de las horas, de los minutos.
Parecía que gracias a la fiesta el tiempo se hacía elástico, casi eterno. Un
tiempo plenamente gozoso.
Igual
que pensé en “a sua festa do viño “, cuando Martín de Cominges me dío la mala
nueva “do pasamento de Don Xabier” (de su muerte), y en que hacía, por lo
menos, ya un par de años que no acudía para disfrutar, cuando ayer revisé el
texto de Milan Kundera que ahora te envío, y que me gustaría creer que Malika,
todavía vestida de domingo, trascribió en alguna mañana inmediatamente
posterior a la fiesta, me vi de nuevo junto a un Don Xabier pletóricamente vivo
sumergido en su gente, en su lugar,
y pensé en él, y en “o viño novo”, y en las risas que se escuchaban
procedentes de la fraga y en ese
tiempo detenido que por encima de todo caracterizaba la jornada.
No
me explico muy bien por qué; tal vez al leer esta página de la lentitud, añoré
aquellos momentos donde todos nos sentíamos tan vivos y nos creíamos,
soñábamos, que el vivir era exclusivamente eso, ver pasar el tiempo,
masticarlo, paladearlo …Hoy nos hacen creer, y nos lo creeremos sino ofrecemos
pausada resistencia, que todo debe ser tan rápido, tan de urgencia que
necesitamos construir espacios y momentos, como el creado por Don Xavier
rodeado de sus vecinos y amigos, donde poder sentir el fluir real del tiempo.
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Sí,
Don Xabier, debemos resistirnos a montarnos en esta desquiciante montaña rusa
en que quieren convertir al tiempo.
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Bueno,
Carliños, te dejo con la tercera página de Malika. Dentro de poco te enviaré
otra, si te parece oportuno.
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Un
abrazo de oso
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Carlos Pita
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una cosa más, una bobada. Al pensar en “a festa do viño” no puedo evitar
recordarle diciéndome con esa mirada plena de ironía galaico británica:
“Carliños- siempre me llamaba carliños- puedes invitar a la fiesta a todo el
que quieras. Eso sí, las chicassss –arrastraba la s deteniendo el ritmo de la
frase, y continuaba- las chicas, moninas; y los chicos, educados” Grande Don
Xabier
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La lentitud
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Se
nos antojó pasar la tarde y la noche en un castillo. En Francia, muchos se han
convertido en hoteles: un espacio perdido de verde en una extensión de fealdad
sin verdor; una parcela de alamedas, árboles y pájaros en medio de una inmensa
red de carreteras. Voy conduciendo y, por el retrovisor. Observo un coche que
me sigue. El intermitente izquierdo parpadea y todo el coche emite ondas de
impaciencia. El conductor espera la ocasión para adelantarme; aguarda ese
momento como un ave de rapiña acecha un ruiseñor.
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Vera,
mi mujer, me dice: “Cada cincuenta minutos muere un hombre en las carreteras
de Francia. Mira todos eso locos que conducen alrededor. Son los mismos que se
muestran extraordinariamente cautos cuando asisten en plana calle al atraco de
una viejecita. ¿Como es que no tienen miedo cuando van al volante?.
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¿Qué
contestar? Tal vez lo siguiente: el hombre encorvado encima de su moto no puede
concentrarse sino en el instante presente de su vuelo; se aferra a un fragmento
de tiempo desgajado del pasado y del porvenir; ha sido arrancado a la
continuidad del tiempo: dicho de otra manera, está en estado de éxtasis; en
este estado, no sabe nada de su edad, nada de su mujer, nada de sus hijos, nada
de sus preocupaciones y, por lo tanto, no tiene miedo, porque la fuente del
miedo está en el porvenir, y el que se libera del porvenir no tienen nada que
temer.
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La
velocidad es la forma de éxtasis que la revolución técnica ha brindado al
hombre. Contrariamente al que va en moto, el que corre a pie está siempre
presente en su cuerpo, permanentemente obligado a pensar en sus ampollas, en su
jadeo; cuando corre siente su peso, su edad, consciente más que nunca de sí
mismo y del tiempo de su vida. Todo cambia cuando el hombre delega la facultad
de ser veloz a una máquina: a partir de entonces, su propio cuerpo queda fuera
de juego y se entrega a una velocidad que es incorporal, inmaterial, pura
velocidad, velocidad en sí misma, velocidad éxtasis.
Curiosa
alianza: la fría impersonalidad de la técnica y el fuego del éxtasis. Recuerdo
una norteamericana, a la vez ceñuda y entusiasta, especie de apparatchik del erotismo, que hace
treinta años me dio uña lección (gélidamente teórica) sobre la liberación
sexual; la palabra más recurrente en su discurso era la palabra “orgasmo”;
conté las veces: cuarenta y tres. El culto al orgasmo: el utilitarismo puritano
proyectado en la vida sexual; eficacia contra la ociosidad; la reducción del
coito a un obstáculo que hay que superar lo más rápidamente posible para
alcanzar la explosión estática, única meta verdadera del amor y del universo:
¿Por
qué habrá desaparecido el placer de la lentitud? Ay, ¿dónde estarán los
paseantes de antaño?¿Dónde estarán esos héroes holgazanes de las canciones
populares, esos vagabundos que vagan de molino en molino y duermen al
raso?¿Habrán desaparecido con los
caminos rurales, los prados y los claros, junto la naturaleza? Un proverbio
checo define la dulce ociosidad mediante una metáfora: contemplar las ventanas
de Dios: Los que contemplan las ventanas de Dios no se aburren; son felices. En
nuestro mundo la ociosidad se ha convertido en desocupación, lo cual es muy
distinto: el desocupado está frustrado, se aburre, busca constantemente el
movimiento que le falta.
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Miro
por el retrovisor: siempre el mismo coche que no consigue adelantarme por culpa
del tráfico en sentido contrario. Al lado del conductor va una mujer; ¿por qué
el hombre no le cuenta algo gracioso?, ¿por qué no descansa una mano en su
rodilla? En lugar de eso, maldice al automovilista que , delante de él, no
avanza lo bastante rápido, tampoco la mujer piensa en tocar al conductor con la
mano, conduce mentalmente con él, y ella también me maldice.
Entretanto
pienso en aquel otro viaje de París a un castillo en el campo, que tuvo lugar hace
más de doscientos años, el viaje de Madame de T. y el joven caballero que la
acompaña. Es la primera vez que están cerca el uno del otro y la indecible
atmósfera de sensualidad que les envuelve nace precisamente de la lentitud de
la cadencia: mecidos por el movimiento del carruaje, los dos cuerpos se rozan,
primero sin querer, luego queriéndolo, y se traba la historia.
"La lentitud".Milan Kundera (1995). Traducción Beatriz de Moura. Tusquets editores.
"La lentitud". Milan Kundera(1995). Traducción Beatriz de Moura. Tusquets editores.